Por: Mariano Herrera
Una preocupación de todos los venezolanos es la violencia en
general y en particular dentro de los colegios y de las escuelas. Es un hecho
que la violencia que existe en la sociedad y que afecta especialmente a los
jóvenes. Se refleja y se reproduce
dentro de los planteles. Por eso merece que se reflexione sobre dos conceptos
que es bueno diferenciar, a saber “socialización y educación”. Para asegurar una
definición práctica podríamos decir que la socialización es la educación no
intencional. Es la que se transmite involuntariamente en el entorno familiar y
social de los niños y, en general, de todas las personas. Es una parte
importante de lo que aprendemos y de lo que nos transmite nuestro entorno. En
cambio la educación es lo que se transmite intencionalmente. Es un mandato que
la sociedad le da al sistema educativo para que se aprendan más cosas que las
que se transmiten mediante la socialización y para garantizar igualdad en lo
que se aprende y en la calidad de los procesos mediante los cuales se aprende.
De modo que la educación, en muchos casos, deberá ser muy diferente a la socialización.
Y hasta podría implicar una ruptura con la socialización. Es quizás el caso de
la violencia. Si no se logra una ruptura con la influencia de un entorno
violento, la violencia entra en la escuela.
¿Cómo evitarlo?
Experiencias recientes han
demostrado que la violencia puede reducirse considerablemente si se ponen en
práctica algunas iniciativas. Docentes y alumnos elaboran las normas de
convivencia. Luego deciden quienes son las personas responsables de su
aplicación. Esto incluye a los alumnos. En algunos casos, los docentes escogen
a alumnos inquietos y considerados perturbadores, como responsables de la aplicación
de las normas de aula y de la escuela. La
lucha contra la violencia escolar está presente en todo momento dentro de la
escuela porque lo que deja huella en un alumno no es lo que se hace una vez
sino lo que se hace continuamente. La intervención de las autoridades es inmediata.
El director no se queda en su oficina, recorre continuamente las aulas, los recreos, los baños, los pasillos. No son
permisivos, las normas se aplican con muy contadas y justificadas excepciones. Las
reacciones de todos los educadores de la escuela son las mismas frente a las
mismas situaciones porque los niños deben tener límites y referencias estables
y consecuentes. Los alumnos sienten en todo momento la autoridad del adulto.
Autoridad no significa autoritarismo, sino respeto y límites.
De estas experiencias se
desprenden varias lecciones: Primero: Los adultos somos los responsables de lo
que les suceda a los niños y adolescentes en casi todas las circunstancias. Por
eso los adultos deben tener y ejercer la autoridad ente ellos. Y los docentes
somos doblemente responsables: Por nuestra condición de adultos y por nuestra
condición de profesionales de la educación. De modo que lo primero es tener en
cuenta que todo lo que suceda a los alumnos en la escuela, es responsabilidad
de los docentes. Incluyendo el personal de dirección. Segundo: La escuela está
para educar y la educación es transmitir e inculcar valores. Los valores de la
sociedad se traducen en leyes y normas que deben ser resultado de acuerdos
sociales, aplicadas en toda circunstancia.
La escuela debe romper con la violencia externa, siendo una
institución en la que se respire un clima de convivencia. La línea central debe
ser Tolerancia Cero a la violencia, a la agresión e incluso a los pequeños
robos en las aulas y en otros lugares de la escuela. Directores y docentes
necesitan sentir apoyo y recibir orientaciones claras. En la escuela la violencia debe ser intolerable, y los conflictos resueltos mediante el diálogo y el respeto a las normas aceptadas por todos. Los alumnos educados así, no tolerarán
la violencia externa y sabrán cómo evitarla.
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