Por: Mariano Herrera
Ayer 12 de febrero fuimos a la marcha convocada por los estudiantes.
Llegamos temprano y todo fue alegría en Plaza Venezuela, con familiares,
amigos, conocidos y desconocidos. El ambiente era de mucha alegría y, en mi caso,
de alivio, al ver que la convocatoria había sido atendida masivamente y costaba
moverse y caminar hacia cualquier lado.
Cuando empezaron a hablar en la, relativamente pequeña
tarima, hubo algo de tranquilidad y de satisfacción. Los estudiantes hablaron
con firmeza y al mismo tiempo serenidad, animando a quienes ahí estábamos. Y
eso fue bueno porque, sin duda, la inmensa mayoría venía de pasar semanas de
desánimo y de participar en conversaciones con ambiente casi de depresión
colectiva, en muchísimos casos acerca de cómo hacer para irse del país o enviar
al menos a los hijos afuera. Porque el país se veía negro, o como esos días
nublados con poca visibilidad, húmedos y con las nubes aplastando al mundo.
El ambiente y la marcha fueron pues una inyección de ánimo y
de sensaciones que parecían compartidas, al menos por las caras y las
expresiones de los que nos rodeaban. Por eso, cuando poco más de 2 horas
después de haber regresado a casa, oigo que hay muertos y que la violencia se
había instalado al final de la marcha, estaba seguro de que eran falsos
rumores. No era posible para mi entendimiento, asociar aquellas sensaciones y
el recuerdo del ambiente de la marcha, con violencia y menos con muertes. Pero
lamentablemente sí era cierto.
La calle pues como expresión de la protesta y el descontento
terminó inscribiéndose en el guión del gobierno. Ahora vendrán las falsas
acusaciones contra los organizadores y los líderes emblemáticos y toda la
confusión acerca de los que iniciaron y los responsables de que la calle haya
generado violencia. Cuando este artículo se publique ya habrán pasado muchas
cosas: políticos arrestados, escaramuzas de protesta reprimidas y quién sabe
qué más. ¿Le sirve esto al gobierno? Sí, para quitar el foco sobre la escasez,
la inflación y la inseguridad y acusar a la oposición política de lo de
siempre: fascista, golpista, lacayos del imperio.
Hay que defender el derecho a la protesta aún cuando sea una
protesta solo de la clase media. Hay miles de razones para protestar. Pero
también hay que saber varias cosas: la calle no es una agenda virgen. La calle
puede ser dominada más fácilmente por el gobierno que por los que protestamos.
Y eso fue lo que pasó ayer. La ausencia sospechosa de policías confundió a
muchos. Pero al final una magnífica marcha alegre y pacífica terminó manchada y,
seguramente, será el inicio de una serie de acciones represivas y de
imposiciones autoritarias. Porque esa es la conducta de un gobierno
anti-democrático y que desprecia las libertades individuales y en especial la
libertad de conciencia y la libertad de expresión. Ahora bien, ¿qué hacer?
Quizás empezar por superar ese “nosotros” y “ellos”. Es necesario aislar el
“ellos” y que sólo se refiera al gobierno y que en el “nosotros” quepan también
todos los chavistas víctimas del gobierno que todavía no protestan. Ese es un
trabajo de calle, pero en otras calles.
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