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viernes, 14 de diciembre de 2018

La formación “radical” de los docentes


La formación “radical” de los docentes


Por: Mariano Herrera

Pareciera que en algunas (quizás muchas) universidades que forman docentes en América Latina, un  radicalismo filosófico, que domina a la mayoría de los profesores, no está para nada interesado en que los egresados sean buenos profesionales de la educación. Parece que lo que quieren es que salgan formados para algo así como la “revolución”, es decir para que ellos (los egresados) y sus futuros alumnos luchen contra el capitalismo, odien a Europa, a Estados Unidos y en general a todo el mundo llamado occidental, desprecien la modernidad e ignoren la ciencia. De hecho imponen una nueva religión: la “decolonialidad”, que consiste esencialmente en ser anti-occidental y promover un movimiento o filosofía extremista que llaman “epistemología del sur”, que para nada ayuda a convertirse en profesionales de la docencia. 

De modo que, siendo esa decolonialidad y la epistemología del sur las nuevas biblias del radicalismo, lo que los profesores de esa tendencia consideran importante no es que los alumnos aprendan sino que se conviertan en “nuevos seres humanos” guiados por esas nuevas manifestaciones religiosas o ideológicas. Quieren conformar un ejército de luchadores decoloniales que destruyan todo signo de Occidente, incluyendo la ciencia y todo lo que ella ha permitido y sigue permitiendo en términos de mejoras en la calidad de vida de la humanidad y del planeta (es probablemente gracias a la ciencia y a la tecnología que se podrán  superar los actuales retos que representa el cambio climático, por ejemplo).

Lo esencial que debería saber un docente no les interesa, me refiero a temas como: métodos eficaces para enseñar a leer y escribir, para enseñar fracciones en matemáticas o los métodos de la investigación científica, métodos y didácticas para controlar el grupo y evitar agresión (bullying) y faltas de respeto en el aula. A ese radicalismo que domina en las universidades tampoco les interesa que los docentes sepan algo de lo que deben enseñar. Es decir no les interesa que los profesores sepan de biología si van a ser profesores de esa materia, o historia y geografía, matemáticas, física, química. 

En las aulas universitarias donde se forman los futuros docentes, los profesores se dedican a vaciar de contenido el currículo y a inculcar ideas “paidocráticas”, es decir en las que se le da todo el poder a los niños, a los alumnos, donde el esfuerzo y el deber no tienen importancia y donde se enseñan sólo actividades llamadas “constructivistas” en las que cualquier cosa que haga el alumno se considera una experiencia de aprendizaje válida. El constructivismo como alternativa pedagógica  es algo serio que requiere mucho dominio de lo que se va a hacer por parte de los docentes. Para hacerlo bien, es necesario mucho profesionalismo y dominio del tema y del mejor contexto para usarlo. Cuando cualquier cosa que hagan los alumnos, de manera físicamente activa, se considera constructivismo, aunque no implique ni conocimiento ni aprendizaje, se está actuando de manera irresponsable, nada profesional. Sobre esto habría que escribir un artículo específico.

En esas universidades donde domina el radicalismo, palabras como “calidad” y “eficacia” son insultos, y también se ignora lo que la investigación científica está aportando acerca de métodos eficaces de enseñanza, cómo aprenden los niños, cómo combinar buenos métodos pedagógicos con contenido de las disciplinas, cómo evaluar y aprovechar pedagógicamente los resultados de las evaluaciones, qué dice la evaluación internacional acerca de lo que hacen los docentes cuyos alumnos aprenden, etc.

En todas las universidades de formación docente debería haber expertos en enseñanza de las matemáticas, de la ciencia, de las formas e aprender a leer y a escribir, en lograr un clima de aula favorable, a la vez agradable y exigente. También tiene que haber profesores que logren subir el nivel cultural general de los estudiantes, en temas científicos, tecnológicos y en otros temas de permanente actualidad. Tiene que haber profesores que conozcan acerca de evaluación y sus múltiples aplicaciones. Los docentes deben manejar cómodamente esos temas y saber dónde  y cómo encontrar información válida acerca de ellos.

Es cierto que las actuales prácticas que caracterizan la actuación de muchos de los docentes en servicio son ineficaces por repetitivas y para nada centradas ni en la comprensión ni el aprendizaje de sus alumnos. Pero las alternativas que se están proponiendo en las universidades que forman a los educadores no parecen ir en buen sentido. Es necesario mejorar los aprendizajes de los alumnos en las escuelas. Es necesario valorar el saber de la humanidad expresado en las diversas disciplinas académicas y científicas, y es  indispensable evitar toda injerencia político-ideológica en el aula, incluso en las aulas universitarias. El posmodernismo está influyendo demasiado, confundiendo la construcción del conocimiento, en  el sentido de la forma como cada persona asimila lo que aprende, con el conocimiento de la realidad, que es un asunto en el que la ciencia tiene mucho que aportar.

La educación es también educación en valores. Valores democráticos, republicanos y laicos, valores morales y éticos como la honestidad, la responsabilidad y el respeto al otro son también contenidos indispensables que los alumnos deben aprender en la escuela. Estos son los llamados saberes transversales es decir aquellos que se enseñan con explicaciones verbales (orales y escritas) y con el ejemplo, o sea con el comportamiento que se permite y se fomenta en el aula y en la escuela. La puntualidad (que docentes y alumnos sean puntuales y cumplidos), la primacía de la honestidad y  de la verdad (no robar, ni engañar, ni decir mentiras) son enseñanzas que deben formar parte del currículo de todas las asignaturas y de la normativa de funcionamiento de aulas y escuelas.

Igualmente, es importante que los valores humanos y humanistas como los que están expresados en la declaración de los derechos humanos, los derechos de la mujer, la tolerancia intercultural, el pluralismo político y el laicismo, entre muchos otros, sean enseñados de manera sistemática. Todos estos son valores humanistas y producto de la modernidad. Los avances en la ciencia y la tecnología y sus aportes en materia de esperanza de vida, de mejora de la salud mundial, las facilidades de comunicación a distancia, es decir, la libertad, la igualdad y la solidaridad son una síntesis de esos valores y son expresión de la modernidad, y como tales deben ser parte del aprendizaje democrático y para la convivencia social y humana que alcanzan los alumnos en las escuelas.

Hoy sabemos que la educación escolar es imprescindible. También sabemos que asistir a la escuela no siempre significa aprender y que, en la escuela, el factor que más incide en el aprendizaje de calidad es el docente. De modo que el desempeño de los docentes es trascendental para el presente y futuro de los alumnos.

Y, ¿para qué es imprescindible la educación escolar? Para la producción de justicia social. Quienes más se benefician de una buena labor escolar son los alumnos provenientes de los sectores socio-económicamente más desfavorecidos o vulnerables. Y si el docente es el factor de mayor impacto en el aprendizaje de los alumnos, la formación de los docentes adquiere una dimensión de mucha trascendencia. Por eso, las universidades que los forman tienen una responsabilidad vital.
La formación profesional de los docentes requiere que las universidades cuenten con personal calificado para esa especialidad y con una orientación clara hacia esa misión de la escuela, que es la producción de justicia social o justicia educativa. La justicia educativa implica que no haya diferencias en oportunidades ni en condiciones de aprendizaje entre los desiguales sectores sociales que asisten a la escuela. La situación actual, si bien ha mejorado considerablemente, presenta todavía una desigualdad que no se debe tolerar. Y es que les va mejor en la escuela a los que están en mejores condiciones socio-económicas. Se sabe que esto se debe a que las pedagogías, las prácticas de aula o el desempeño del docente en las aulas, no contribuyen suficientemente con  quienes obtienen los más bajos resultados, es decir con aquellos alumnos con menores probabilidades de tener éxito escolar, que son los alumnos procedentes de los sectores más vulnerables de la sociedad.

Es pues necesario que las escuelas y sus docentes, como profesionales del área, dominen los saberes que se necesitan para eliminar las desigualdades causadas por las diferencias sociales y culturales entre los alumnos. Esto es un asunto pedagógico. Y existen los conocimientos especializados que permitirían a los docentes disponer de las herramientas conceptuales, culturales y didácticas para lograrlo. Pero esas herramientas ni se aprenden de manera natural ni únicamente con la experiencia que ofrece el trabajo en el aula. Se requiere que forme parte de las mallas curriculares de las universidades de formación docente. La angustia es que las universidades, en todo caso muchas de ellas, dominadas por el radicalismo,  no parecen estar interesadas en este tema.


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